Hasta el moño

Hasta el moño de no poder improvisar dónde desayuno cuando me despierto sin ganas de prepararlo yo misma.
Hasta el moño de pagar una barra de pan sin gluten a precio de caviar.
Hasta el moño de tener que hacerles un plano a mis amigas de la ruta de cañas del viernes por la noche.
Hasta el moño de que la comida del domingo en casa de mi suegra sea un deporte de riesgo.
Hasta el moño de llevarme siempre un tupper a todas las jornadas que asisto del ayuntamiento y sentarme en una esquina mientras veo bandejas enormes de bollería mezcladas con la fruta que yo también podría comer si se molestasen en apartarla a una mesa exclusiva para enfermedades o intolerancias.
Hasta el moño de llegar a un restaurante con 14 platos de menú y que me digan que para mí ensalada y filete a la plancha.
Hasta el moño de que me pregunten si soy muy celiaca o poco celiaca.
Hasta el moño de que me cambien la normativa cada dos por tres y para ir a la compra, me tenga que aprender quién pone sello, quién marca los alérgenos en negrita y quién se pasa las trazas por el arco del triunfo, porque no son de obligada declaración.
Hasta el moño de que me miren como un extraterrestre cada vez que pregunto a un camarero por la contaminación cruzada.
Hasta el moño de tener que elegir las vacaciones en función de la cocina del hotel, yo también quiero sentarme despreocupada y que me cocinen rico.
Hasta el moño de tener que hacerme la tarta de mi cumpleaños yo, en vez de poder elegirla en la pastelería como todo el mundo, entre muchas, de lo que se me antojase ese día.
Hasta el moño de no poder tener una vida social y una alimentación accesible, como todo el mundo.

⊶ La vecina celiaca. "Coslada y SanFer Sin Gluten"